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Arrojo y Coraje

  • Pamela Lorca Santander
  • 21 ago 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 10 abr

Hoy salí de la consulta con estas dos palabras dando vueltas, muy presentes en mí. Pensé: cuánto coraje hay que tener para ir…más bien para hacer terapia -ir a terapia, me doy cuenta, no es sinónimo de «hacer terapia»-. Enfrentar la visión desnuda de uno, sin adornos, sin tapujos, ver y mostrar lo más oscuro y débil, que habitualmente no mostramos tan fácilmente, con el riesgo de que quien nos vea nos juzgue severamente…o no nos comprenda.


Pienso en nombres y caras que no puedo nombrar, pero que bien merecerían ser vistas y aplaudidas en sus logros, en sus esfuerzos, también en sus fracasos. Desde la adolescente no tan adolescente que intenta hacerse un lugar en el mundo con tal fuerza y lucidez que me impresiona y me hace sentir todo aquello que a mí me faltó cuando pasé por esos años. Ver la mujer joven que intenta ir más allá de sus historias de fracaso en pareja, de su angustia, para aprender de sí misma, de quien la acompaña, y de lo que son o pueden llegar a ser juntos, a veces peleando con quién es, pero intentando siempre aceptarse tal cual es. La mujer más «grande», distinta, con una vida larga y llena de experiencias alucinantes, con tantos logros en su historia que no alcanzo a numerar: ser pionera en su trabajo, superar la locura y el maltrato de su primer marido, lograr salir y ser un pilar férreo de confianza para sus hijas, estar dispuesta a volver a empezar nuevamente, simplemente por amor a sí misma y a lo que le quede de vida. La mujer agredida por su padre, con toda una vida de intentos por superar lo insuperable, convirtiéndose en una madre «ejemplar», no de cliché sino de verdad, con delicadeza y un cuidado tan especial de sus pequeños, con una energía inagotable para seguir reclamando un espacio de felicidad en la vida difícil que le ha tocado hasta ahora. La mujer acosada por su compañero de trabajo, enfrentada al juicio, a la mirada desconfiada de quienes creen que una mujer adulta si no es amenazada con un arma «no puede haber sido abusada», esa mujer que logra mantener el brillo en sus ojos incluso en el shock, en el cansancio, en el desespero. Un joven que comienza a aprender lo que es vivir sin droga, descubrir cómo se vive el mundo así, luego de haber tocado el final pensando que no tenía sentido vivir, que comienza a crecer a destiempo, siendo grande pero siendo un niño…uno de esos que a veces sorprende con sus pataletas, que a su edad son desbordes, resabios aún de su antiguo yo, pero que luego vuelve a esta vida nueva y sigue adelante. Una mujer que recién separada se ve confrontada a su sentimiento más básico que la ha acompañado desde niña: no ser querida, no sentir que tiene lo necesario para ser querida, que se atreve a decírselo a sí misma y a mí y que me entrega el desafío de ayudarla; tan querible que ni tengo cómo explicarle por qué es tan fácil quererla con sólo conocerla. Y mi última hora del día: alguien que ya se ha ido, pero que vuelve por una última sesión para cerrar el año, grande, brillante como un pedacito de piedra preciosa, crecida luego de enfrentar el fantasma de su hermano muerto, víctima de él sin querer ser víctima, logrando ponerse por sobre ello, recogiendo y armando los trozos de su historia y exigiendo un trato merecido hacia ella.


Qué día...feliz, llena de emoción, de agradecimiento, de calma. Cuánto de todos ellos voy aprendiendo, llevo dentro de mí, como un aprendizaje imborrable que sé me acompañará toda la vida. Sé que lo especial y único de una verdadera terapia es que nos unimos por algo, durante un tiempo determinado, y aprendemos todos.


Admiración profunda, por su arrojo y su coraje. No quiero quedarme con este tesoro sólo para mí, y por eso hoy escribo de ello.


¡Sólo un día es el que reflejo acá, pero son tantos días así!¿Cómo no estar agradecida?

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